domingo, 26 de noviembre de 2017

25 de Noviembre 2017. La Sauceda - La Moracha

LA PAZ DEL SILENCIO                      
Con el misterioso desconocimiento de no saber la ruta de hoy, la mañana sabatina se presentaba una vez más como un día primaveral y el sol calentaba con sus primeros rayos de sol las ansias de adentrarnos y embebernos en la naturaleza más pura y callada de nuestra provincia gaditana. El coche, bien domesticado, tuvo por bien seguir el camino de los alcornocales y en esta ocasión tras una charla distendida , nos llevo a las mismas puertas de La Sauceda. Puerto Galiz  nos decía un hasta luego entre motos y bicicletas y un portón de hierro nos atrapaba entre las primeras encinas y bosque, mientras un pobre asno, subido de hormonas,  revolcaba su lomo en la tierra ante el fracaso de no encontrar en nosotros la fémina deseada.
La mente latía al ritmo de un corazón perdido en la historia. Mientras subíamos los primeros montículos de la garganta de Pasadallana y encontrábamos las primeras cabañas y casas derruidas por la terrible guerra, que años atrás, castigo la paz de este lugar,  nuestros labios suspiraban por el castigo de sinrazón que las ideologías más penosas enjuagaron estas tierras. La Ermita levantaba su espadaña al aire y las nubes mezclaban incienso en sus brisas cual catedral barroca.
Dejamos el pueblo atrás sin dejar de olvidar la crueldad y el daño, curándonos entre su bosque de encinas,  y bebiéndonos la frescura de los primeros helechos que alfombraban los caminos hacia la altitud. A medida que avanzamos el sonido cada vez era más fuerte en silencio. La humanidad nos abandonaba y nuestra soledad nos iba haciendo cada vez más grande. Poco a poco  alcanzamos la pista que lleva al pico del Aljibe y con una sonrisa, abandonamos a tres bellas damas que se abrazaban a un alcornoque antiguo que las transportaban a sepias escenas de juventud.
Con mucho pesar, cogimos sentido contrario al pico de Aljibe, perdiendo nuestra mirada en la Sierra del Pinar,  entreviéndose a lo lejos el blanco de las casas de Benaocaz y casi de inesperado encaramos una pequeña loma que nos condujo a una de las entradas de la finca de la Moracha.  El parque de los  Alcornocales serbia, de nuevo,  de telón en el horizonte y sin ningún esfuerzo el silencio se hizo banda sonora de nuestros pasos en el crujir de hojas secas y bellotas.
Fuimos adentrándonos por la Moracha en la garganta de su mismo nombre,  mientras descendíamos de nuevo y los helechos se fueron haciendo actores principales de nuestra película. Alcornoques y encinas se mezclaban entra algún árbol frutal, setas y  algunos madroños  que fueron avituallamiento previa a la subida,  encontrándonos algunos riachuelos con escasa agua del  Arroyo de la Cancha.
Dejamos la pista y a través del bosque, echándole un reto a la pendiente, subimos hasta la Bola Militar donde tras el brezo y los arbustos finales nos ofrecieron una panorámica de Cádiz en 360 grados, con Alcalá de los Gazules al este, Gibraltar al Sur, Cortes al oeste y el Aljibe al Norte gobernando en su altitud. Mejor sitio para comer imposible. Solo un parsimonioso buitre nos daba lecciones de vuelo  de cómo alcanzar distintas alturas en su sapiente oficio.
Poníamos en marcha la vuelta. Dejábamos el Arroyo de los Monteros atrás y pendiente abajo nos fuimos buscando la casa de la Finca, encontrándonos un viejo árbol que años atrás fue atril de unas fotos de recuerdo. La casualidad quiso que repitiéramos dichas fotos aunque los años nos delataban como la corteza de los alcornoques.
Nuestro camino de nuevo cogía hacia arriba extrañándonos que los perros de la finca no nos saludaran, pero la noche se venía encima y tampoco podíamos detenernos para encontrar una explicación. Salimos a la entrada principal de la Moracha y cruzando el único valle de la zona vimos los pocos animales que la jornada nos regaló. Un par de ciervos sellaban el final de la tarde y camino abajo por la pista de montabike fuimos poco a poco adaptando nuestros oídos al ruido de coches y motos.

Los cuerpos cansados llegaban al final de la jornada. Un día de historia, un día de recuerdos de lo que nunca tuvo que pasar, un día de silencios por muchos que inocentemente encontraron la inexplicable crueldad del propio ser humano, en realidad un día de PAZ en SILENCIOS.
E. Guillén Morilla

















martes, 14 de noviembre de 2017

11 Noviembre 2017. Dehesa el Quejigal - La Alquería


Camino al desnudo                                                                                                                                                                                                                                                                                                                         

          Suena el reloj con los primeros rayos de sol, derrotando de una forma mágica, aquel frescor de días antes, que amenazaba con una jornada de dureza meteorológica. El salto de cama, puso en minutos, orden a la mochila desahuciada en el rincón del trastero, cargándola de  nuevas ilusiones y vivencias por descubrir. Diseñamos una ruta nueva y casi sin solución de continuidad, pusimos el coche en marcha a la Garganta de la Higuera buscando adentrarnos en la antigua carretera CA-3035, que años atrás  era vía de camino hacia la localidad de Ubrique. En la verja nos esperaban y en un soplo de brisa preparamos nuestros huesos y cargamos las cámaras chivatas de lo que iba a ser una gran día.
La casa de Miguel daba el pistoletazo de salida y desde su altura comenzamos en la pista a caminar en busca de nuestro objetivo. Un primer cobijo de pinos nos daba sombra entre sus lágrimas de piñas, que se mezclaban en el suelo y los helechos. Caminábamos a un paso alegre y solo la tentativa mirada de un madroño nos hizo parar, mientras nuestros labios se endulzaban del autentico sabor de la naturaleza. Vistas espléndidas del Quejigal, que semanas antes nos dio su bienvenida marcaban el ritmo pausado de los cinco, marcaban nuestras vistas entre Prado del Rey, el pantano de Guadalcacín, Charco de los Hurones y al fondo el pico del Torreón, como niño levantando su ápice para dejarse ver.
        Alcanzamos en breve, con los primeros alcornoques y encinas, el arroyo de Zarzaleja y de lejos una nueva casa de los guardas nos informaba que por allí sería el camino de vuelta. En este lugar empezaban a mostrarse los alcornoques desnudos, de manera elegante y majestuoso, mezclando el color rojo de su tronco con la verdad del paso de los años. Allí estaban ellos elevando sus copas al cielo y allí estábamos nosotros acariciando su cuerpo mientras el sol los hacía brillar cual cuerpo culturista de atlas anatómico. A medida que la mañana achuchaba nuestro camino, empezaban a aparecer los primeros gamos que a lo lejos y en el valle del Arroyo de los Machos disfrutaban en la sombra de la paz que silbaba el aire.
Seguimos andando en dirección Ubrique, dejándonos llevar por el Arroyo de las Navas y muy pronto podíamos apercibir una gran propiedad al fondo, donde una gran charca recogía las aguas del propio arroyo de la Navas, el arroyo de del Candil, el arroyo de los Machos y el arroyo de Alcoria. Grandes familias de gamos pastaban tranquilamente en su soledad y nuestros ojos, achinados en los gemelos, intentaban alcanzar los detalles de sus lomos y sus caras. Bajamos ilusionados en poder alcanzarlos un poco más cerca pero su capacidad olfativa y auditiva los hacía huir no confiados en nuestra generosidad.
         Bajo la sombra de una encina y avisando todo el valle, nuestros cuerpo cayeron en la necesidad de aportar la energía necesaria para afrontar la vuelta y una vez más chacinas y alcoholes de la tierra compartieron la comida comunitaria y la amistosa tertulia que nos deparo el rengue. Difícil era levantarse pero nuestras espaldas embistieron de nuevo la jornada y pusieron sus mochilas a caminar en la importante subida que nos esperaba.
Siguiendo el sendero junto el arroyo de los Machos subimos en la necesidad de sellar la jornada y de forma, muchísimo más fácil de lo que esperábamos, llegamos a una loma que hacía casi tocar con nuestros dedos la casa del Guarda del Arroyo Zarzaleja. Seguramente la cuerna caduca que nos encontramos, cual varita mágica, dio alas a nuestros pies y motor a la musculatura pesada por el almuerzo.
        Un refresco de licor de hierbas en la casa del Guarda nos repuso de la subida y con la caída del sol hacíamos resumen de una espléndida jornada. En breve nos adentramos en la pista que inicio nuestra ruta y de nuevo la jara fue alfombra mientras encinas, quejigos y madroños nos recibían y nos decían adiós.

Un camino donde los alcornoques se desnudaron a nuestro paso y un camino donde nos desnudamos en nuestra amistad, en nuestro caminar, en nuestra paz y donde compartimos nuestras risas entre  Puri, Fernando, Jesús, Carlos y un servidor. Un camino desnudo y vistiendo ilusiones.
                                                                                                
E. Guillén