Camino al desnudo
Suena el reloj con los primeros rayos de sol, derrotando de una forma mágica, aquel frescor de días antes, que amenazaba con una jornada de dureza meteorológica. El salto de cama, puso en minutos, orden a la mochila desahuciada en el rincón del trastero, cargándola de nuevas ilusiones y vivencias por descubrir. Diseñamos una ruta nueva y casi sin solución de continuidad, pusimos el coche en marcha a la Garganta de la Higuera buscando adentrarnos en la antigua carretera CA-3035, que años atrás era vía de camino hacia la localidad de Ubrique. En la verja nos esperaban y en un soplo de brisa preparamos nuestros huesos y cargamos las cámaras chivatas de lo que iba a ser una gran día.
Suena el reloj con los primeros rayos de sol, derrotando de una forma mágica, aquel frescor de días antes, que amenazaba con una jornada de dureza meteorológica. El salto de cama, puso en minutos, orden a la mochila desahuciada en el rincón del trastero, cargándola de nuevas ilusiones y vivencias por descubrir. Diseñamos una ruta nueva y casi sin solución de continuidad, pusimos el coche en marcha a la Garganta de la Higuera buscando adentrarnos en la antigua carretera CA-3035, que años atrás era vía de camino hacia la localidad de Ubrique. En la verja nos esperaban y en un soplo de brisa preparamos nuestros huesos y cargamos las cámaras chivatas de lo que iba a ser una gran día.
La casa de Miguel daba el pistoletazo de salida y desde su
altura comenzamos en la pista a caminar en busca de nuestro objetivo. Un primer
cobijo de pinos nos daba sombra entre sus lágrimas de piñas, que se mezclaban
en el suelo y los helechos. Caminábamos a un paso alegre y solo la tentativa
mirada de un madroño nos hizo parar, mientras nuestros labios se endulzaban del
autentico sabor de la naturaleza. Vistas espléndidas del Quejigal, que semanas
antes nos dio su bienvenida marcaban el ritmo pausado de los cinco, marcaban
nuestras vistas entre Prado del Rey, el pantano de Guadalcacín, Charco de los
Hurones y al fondo el pico del Torreón, como niño levantando su ápice para
dejarse ver.
Alcanzamos en breve, con los primeros alcornoques y encinas,
el arroyo de Zarzaleja y de lejos una nueva casa de los guardas nos informaba
que por allí sería el camino de vuelta. En este lugar empezaban a mostrarse los
alcornoques desnudos, de manera elegante y majestuoso, mezclando el color rojo
de su tronco con la verdad del paso de los años. Allí estaban ellos elevando
sus copas al cielo y allí estábamos nosotros acariciando su cuerpo mientras el
sol los hacía brillar cual cuerpo culturista de atlas anatómico. A medida que
la mañana achuchaba nuestro camino, empezaban a aparecer los primeros gamos que
a lo lejos y en el valle del Arroyo de los Machos disfrutaban en la sombra de
la paz que silbaba el aire.
Seguimos andando en dirección Ubrique, dejándonos llevar por
el Arroyo de las Navas y muy pronto podíamos apercibir una gran propiedad al
fondo, donde una gran charca recogía las aguas del propio arroyo de la Navas,
el arroyo de del Candil, el arroyo de los Machos y el arroyo de Alcoria.
Grandes familias de gamos pastaban tranquilamente en su soledad y nuestros
ojos, achinados en los gemelos, intentaban alcanzar los detalles de sus lomos y
sus caras. Bajamos ilusionados en poder alcanzarlos un poco más cerca pero su
capacidad olfativa y auditiva los hacía huir no confiados en nuestra
generosidad.
Bajo la sombra de una encina y avisando todo el valle, nuestros
cuerpo cayeron en la necesidad de aportar la energía necesaria para afrontar la
vuelta y una vez más chacinas y alcoholes de la tierra compartieron la comida
comunitaria y la amistosa tertulia que nos deparo el rengue. Difícil era
levantarse pero nuestras espaldas embistieron de nuevo la jornada y pusieron
sus mochilas a caminar en la importante subida que nos esperaba.
Siguiendo el sendero junto el arroyo de los Machos subimos
en la necesidad de sellar la jornada y de forma, muchísimo más fácil de lo que
esperábamos, llegamos a una loma que hacía casi tocar con nuestros dedos la
casa del Guarda del Arroyo Zarzaleja. Seguramente la cuerna caduca que nos
encontramos, cual varita mágica, dio alas a nuestros pies y motor a la
musculatura pesada por el almuerzo.
Un refresco de licor de hierbas en la casa del Guarda nos
repuso de la subida y con la caída del sol hacíamos resumen de una espléndida
jornada. En breve nos adentramos en la pista que inicio nuestra ruta y de nuevo
la jara fue alfombra mientras encinas, quejigos y madroños nos recibían y nos
decían adiós.
Un camino donde los alcornoques se desnudaron a nuestro paso
y un camino donde nos desnudamos en nuestra amistad, en nuestro caminar, en
nuestra paz y donde compartimos nuestras risas entre Puri, Fernando, Jesús, Carlos y un servidor.
Un camino desnudo y vistiendo ilusiones.
E. Guillén
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